Ayer, a la 1 de la mañana, como otras tantas veces, tuvo lugar una de las anécdotas del día que a esa hora y fruto del cansancio provoca esa risa floja incontenible que rompe el silencio con el que suele estar la sala a esas horas. Me disponía a dar el alta a un paciente que venía quejándose de mareo y malestar pero que curiosamente no hacía más que reírse y hacer bromas tontas con su acompañante y mirar su Smartphone (mientras yo le hablaba o le informaba).

Mientras terminaba el informe su acompañante entró.

– ¿Ha venido a verte el médico?

– No, ha venido esa chica-señalándome.

– ¿Y el médico no te ha dicho nada?

– El médico soy yo y le acabo de informar del resultado de la prueba-contesté desde la mesa donde estaba escribiendo.

– ¡Ah, perdona! –contestó la mujer con cara de circunstancia. Cómo ahí estaba antes una chica que no era nada…

– ¿Qué no era nada?

– Que no era médico, quiero decir.

– Era enfermera o auxiliar quizás.

– Sí, algo de eso.

– Y eso significa nada?

– No, no, claro que no, que no era médico quería decir.

Ella continuaba hablándome, casi sin respirar, como una ametralladora, nerviosa supongo o porque padecía de incontinencia verbal desde su nacimiento. Mascaba chicle a una velocidad increíble.

– Entonces, ¿que le ha pasado?. Un mal viaje, ¿no? Qué chungo. Por que si no, ¿qué es? A ver, ¿qué es? Algo grave no será, ¿no? ¿ Qué ha salido en las pruebas? ¿Ya tenéis un diagnóstico? ¿Qué es lo que le pasa? ¿Qué puede ser? “ Levanté mi mano extendida en un gesto que el paciente interpretó a la primera

– Cállate, ¿no ves que está escribiendo y no le dejas concentrarse?

– Las mujeres podemos hacer más de una cosa a la vez – replicó airada.

Me levanté y les entregué el informe junto con mis explicaciones, mi tiempo y mi paciencia, entre sus risas, bromas de mal gusto y su mirada clavada en la pantalla de su Smartphone. Cuando salieron me dirigí hacia mi compañera, Beatriz – La chica que no era nada, ¿has oído?- estallamos en un ataque de risa

– No puede ser, no pueden haberse dado cuenta- susurró ella, sin parar de reír las dos. Nos dirigimos hacia Celia, la chica que no era nada.

– Buenas noches Celia. ¿Nos permites?

Celia se inclinó hacia delante. Beatriz subió la camisola de la chaqueta y pulsó el botón que había en su espalda donde se leía

OFF. En ese momento Celia se desplomó en su asiento, hacia delante, con los ojos cerrados. Así permanecería hasta el día siguiente, cuando el número de pacientes en sala hiciera necesaria su ayuda. El Servicio de Salud había introducido los robots de apoyo sanitario hacía bastante tiempo, pero nunca pensamos que fueran a ser descubiertos tan pronto!

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Hoy puedes empezar a sentir destellos de serenidad en el caos de la consulta.

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