Hay días en los que, pese a tus esfuerzos, pese a tu empeño, pese a pelearlo hasta el final haciendo las cosas adecuadamente, tu paciente se muere. Si es algo esperado, previsible, o si se ha podido preparar con anterioridad, son situaciones más fáciles de aceptar, aunque a las familias a veces les cuesta dejar partir a sus seres queridos y quieren siempre que lo hagan sin sufrir.

El problema es cuando este fallecimiento se produce, y no es algo esperado. Es explicable por la patología del paciente, pero ocurre de forma inesperada.  Ahí surgen varias situaciones, y no infrecuentes, en el día a día del sanitario, de alto impacto emocional. La reacción de la familia es una de ellas. De frustración, de enfado, de tristeza, de estupefacción… de no entender lo que pasa y de buscar culpables a lo sucedido. Si las cosas se han hecho bien, no hay culpables. La vida ES. La vida fluye, sigue su curso y la muerte es el final de la vida.

Muchas veces, nos quedamos con la duda, ¿lo habré hecho todo bien?, ¿se me habrá pasado algo por alto? y repasamos, y volvemos a repasar… Y sí, está todo bien, pero las personas mueren. Somos médicos/as, sanitarios/as y hacemos todo lo que está en nuestra mano pero no podemos decidir, no esa decisión, no somos dioses. En ocasiones esta culpabilidad te la van a proyectar. «Tú eres el culpable de».

Desde mi punto de vista, el culpable al que se refiere la familia está en la bata, no en la persona que está debajo de ella. Y recordar este punto de vista, puede servir para tomar distancia. Y otro frente con el que el profesional tiene que lidiar es con su propia frustración. He hecho todo lo que estaba en mi mano, he aplicado el protocolo, «lo he peleado»  minuto a minuto, y aún así las cosas no han ido bien. Este fallecimiento nos los dibujamos en la cabeza como un fracaso, “he fallado». Para mí, el fracaso es no aceptar toda la complejidad de nuestro trabajo y NO ser conscientes de que muchas veces, independientemente de lo que hagamos, no podemos parar el curso de la vida. Aceptar esta frustración, ser conscientes de que, aunque el resultado sea el fallecimiento, nuestra labor no ha terminado ahí, nuestra labor continúa con esa familia a la que podemos prestrar ese apoyo tan necesario para convivir con la pérdida y elaborar un duelo lo más sano posible.

Ese papel, ese acompañamiento trasciende mucho más allá de ese momento en el que el resultado no es el deseado. Porque aceptar resultados no deseados como parte de la realidad de nuestras profesiones es un paso indispensable para mantener nuestro equilibrio.

 

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