Fernando es un hombre de 70 años, hipertenso, con una vida sana y autosuficiente que ingresó en urgencias por fiebre y malestar general. Llevaba un par de días con esta sintomatología, y ante la persistencia de fiebre alta y de su empeoramiento acudió al hospital. Allí le realizamos una radiografía y vimos una neumonía bilateral, con un patrón típico de las infecciones por COVID, que se completó con analítica. Se confirmó a las 24 horas que Fernando era positivo.

Clínicamente, la neumonía de Fernando daba francamente miedo. La placa era muy impactante y llamativa. Parece típico de la enfermedad la discordancia que hay entre el estado clínico del paciente y las imágenes radiológicas o la alteración de las pruebas de laboratorio.

Así que, en resumen, tenía delante de mí a un hombre sano, que hacía vida normal, que tenía su huerta, sus hobbies, que tenía cinco hijos a los que tuve que informar de que su padre  tenía una neumonía bilateral grave y que tendríamos que trasladarle a la Unidad de Cuidados Intensivos

Toda esta información  en una situación normal puedes darla cara a cara. Y tú como profesional, puedes ir calibrando la reacción del paciente, la de su familia, cómo se está sentiendo la noticia. Pero en época de COVID nada es normal. La comunicación con Fernando tenía lugar a través de una mascarilla, él solamente veía mis ojos, y no de forma nítida ya que también llevaba una pantalla de protección

Recuerdo aquél momento, pienso en Fernando y creo que él me veía borrosa, cuando menos, y no creo que me oyera o entendiera bien a través de mi mascarilla. De hecho hubo varios «¿Cómo?» y «¿Qué?» en la conversación. Hay algo que le pregunté,  si quería que llamara a algun familiar. Tenía un teléfono móvil entre las manos y me dijo: «No tengo bastante batería y no me sé los números de memoria». Entonces comenzó a buscar en la agenda del teléfono, con las manos muy temblorosas.  Acertó a darme dos números de teléfono. Y le pregunté: «¿A quién llamo?», Fernando me indicó una de las dos personas. 

Salí a llamar por teléfono e informé a su hija del diagnóstico, de la situación y de lo que íbamos a hacer. La hija me preguntó «¿Podemos ir a visitarle?» Mi respuesta, dramática, con un nudo en el estómago fue  «En este momento no son posibles las visitas». El sonido de la angustia, el desasosiego, las lágrimas de la persona que no podrá estar al lado de su padre en el momento más difícil de su vida, es muy impactante. Y aunque intentas transmitir esperanza, serenidad y algo de luz, para transitar ese túnel en el que las familias entran, su angustia parece difícil de poder ser reconfortada con nada.

Cuando volví con Fernando,  él también estaba hablando por teléfono con una de sus hijas. Le indiqué que no detuviera la llamada. 

Cuando finalizó, le acompañé a la Unidad de Cuidados Intensivos. Le puse un monitor, un pulsioxímetro, estando muy pendiente tanto de su saturación como de mis propias medidas de seguridad, de nuevo enfundada en el equipo de protección. Además de ver su «pulsi», me fijé en Fernando, en la tristeza dibujada en su cara, en sus ojos húmedos.

– Fernando, ¿qué tal va? – le pregunté. Porque veía que la saturación disminuía por momentos, aunque él clínicamente estaba igual, respiraba bien, pero ya no podía articular palabra. Simplemente negaba con la cabeza y había comenzado a llorar.

En ese momento se te rompe el alma y el corazón. Sabes que es una persona que en cinco minutos va a ser intubada, que solamente ha podido hablar con uno de sus seres queridos brevemente por teléfono y que ha hecho el recorrido de diez minutos hasta la UCI solo, rodeado de personas extrañas, enfundados en sus trajes de protección, a los que no puede ver la cara y apenas puede escuchar. Sabes que no ha podido sentir ni un abrazo, ni una caricia, ni un beso,  en el trayecto más determinante de su vida

Esta ha sido una de las escenas más impresionantes que he vivido. Fue la primera vez que veía la COVID19 y su poder devastador Después han venido más Fernandos, pero recuerdo esta primera experiencia vívidamente. Cómo intenté hasta el último momento expresar con la mirada y acompañar con mis palabras a mi paciente: «Fernando, todo va a ir bien, necesita este tubo para respirar mejor, pero después se lo quitarán, saldrá del hospital y volverá a la vida que conocía antes. Es importante mantener una actitud positiva, sé que es fácil decirlo, pero eso influirá en su curación. Tenga fe, tenga esperanza y tenga confianza en que vamos a estar con usted,  vamos a cuidar muy bien de usted para que se recupere lo antes posible. Ahora voy a volver a llamar a sus hijas para decirles que ya está en la unidad y que les iremos informando cada día.» Todo esto se lo dije en el breve tiempo en que estuvimos en el ascensor. Al salir le deseé «Fernando, que vaya bien, mucha suerte y nos veremos en unos días». Fernando seguía negando con la cabeza, mientras lloraba y levantó la mano con un gesto de despedida y de agradecimiento.

A día de hoy Fernando sigue en la UCI, lleva unos cuántos días, aunque parece que sigue mejorando. Esperemos que lo siga haciendo.

Para los profesionales sanitarios es muy duro, es dramático ver a estos pacientes que no pueden despedirse y asistir impotentes a esa comunicación casi imposible a través de la máscara y el equipamiento de protección. Sobre todo porque en esos momentos, instantes, segundos, para ellos,  somos lo más parecido a una familia

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