Cuando nos encontramos ante una persona que se comporta de forma agresiva con nosotros, que nos habla de forma autoritaria o que nos lanza una crítica feroz y sin piedad con el claro objetivo de situarnos por debajo suyo, no siempre sabemos como reaccionar. Yo también he conocido a gente así, son personas que por sistema gestionan la incertidumbre con ataques verbales, y que no hacen más que canalizar sus frustraciones y problemas internos con nosotros, que no tenemos nada que ver. ¿Cómo podemos reaccionar ante una situación así? y ¿Cómo podemos gestionar esa mezcla de emociones de culpabilidad, rabia contenida o tristeza que se nos generan en nuestro interior?.

Quiero compartir aquí este artículo publicado en la revista Psychology Today que me ha gustado porque describe una situación con la que seguro que te has encontrado alguna vez (por desgracia) y que he pensado que te podría servir. En este caso, la situación a la que hace referencia ocurre en el ámbito de una oficina, pero seguro que en tu contexto laboral sanitario también te sentirás reflejada o reflejado.

Este artículo es una traducción del original «How You Can Survive Anyone’s Verbal Attack» publicado en la revista Psychology Today por el Doctor en Psicología David Ludden. En el texto se describe una situción en la que seguro que tú también te has encontrado y propone responder ante ella reforzando una idea en nuestro interior: no es sobre ti, no tienes porqué soportar la mala educación, la humillación o el rencor ajeno para pagar por tus errores.

 

Cómo sobrevivir a cualquier ataque verbal

Imagemos esta situación. Acabas de completar un proyecto en el trabajo y te sientes bastante bien contigo mismo. Piensas que has hecho un buen trabajo y esperas que a tu superior le guste. (Desde luego, él nunca te lo dirá, porque él no es esa clase de persona que hace cumplidos). Te encuentras en tu escritorio cuidándote de alguna tarea que te mantiene ocupado, preparándote para el próximo proyecto que aparezca en tu camino. De repente, escuchas a tu jefe levanar la voz y te preguntas a quien le estará cayendo una bronca esta vez. Entonces oies como grita tu nombre mientras se va acercando a tu escritorio. Tu corazón se detiene: Sabes que esto pinta mal. Un río de descalificativos de esos que queman salen de su boca mientras lanza el informe que has presentado por la mañana. Entre los insultos que te va lanzando, va poniendo de manifiesto los errores en tus cálculos. Te sientes mal, porque ahora te das cuenta de lo obvio de tu error. Pero en lo más alto de la vergüenza que sientes, tu jefe ha lanzado tu ego a la trituradora. Te sientes como un estúpido, como un tonto, como una cáscara vacía. Los insultos empiezan a hundirte. Cuando tu jefe termina de despacharse a gusto, te muestra de nuevo el informe y te dice que tienes hasta el final del día de hoy para arreglarlo. Entonces vuelve a su despacho, murmurando y quejándose de la incompetencia con la que tiene que lidiar cada día. No estás del todo seguro de si te sientes aliviado de que no te hayan despedido.

Tus colegas, en la oficina, te dan golpecitos en la espalda. Más tarde, cuando tu jefe ya se ha ido, algunos de tus colegas entran a tu despacho para animarte, pero eso no te sirve de mucho.

¿Cómo vas a hacerlo para curar una herida tan profunda en tu autoestima? El error, en el informe, te lleva unas horas hasta, hasta que lo arreglas. Habrías ido mucho más rápido si te hubieras podido concentrar, y no te hubieras ido repitiendo el ataque verbal una y otra vez en tu mente, imaginándote las posibles respuestas que no dijiste. Así que te quedas hasta tarde, compruebas dos y tres veces tu trabajo, y metes el informe por debajo de la puerta del despacho de tu jefe.

De vuelta a casa, te compras un six-pack de cerveza. La primera se acaba demasiado rápido, así que te tomas una segunda. En algun momento, más allá de medianoche te beves la última lata y te quedas dormido. Antes de que te enteres, suena la alarma y todo vuelve a empezar. Solo que ahora, además, tienes una resaca de campeonato. Odias tu trabajo, odias tu vida, y te odias a ti mismo.

A menudo somos el objetivo de palabras airadas y no tenemos más opción que aguantar como sea los insultos. Pero esto no significa que tengamos que aceptar estas palabras como si tuvieran un valor de verdadHayas hecho lo que hayas hecho, no te mereces que nadie abuse de ti – sea verbalmente o de la forma que sea. Si has fallado a otra persona, él o ella tienen derecho a expresar su enojo, del mismo modo que tú tienes todo el derecho a enmendar sus palbaras.

De todas formas, el hecho de permitir que el lenguaje corrosivo de otro se lleve tu autoconfianza no es la forma de pagar por tus pecados. Es cierto que no puedes detener al resto para que no pierdan los nervios, pero sí puedes decidir cómo vas a responder. Y el punto de inicio es el de recordarte – una y otra vez – de que no se trata de ti. Las palabras que se lanzan con ira nos dicen mucho más de la persona que las pronuncia que de la persona a quien van dirigidas.

Las palabras que salieron de su boca eran insultos personales. Pero lo que tu jefe realmente estaba expresando no era otra cosa que sus sentimientos más profundos, que no sabe cómo mostrar y que, efectivamente, no tienen nada que ver contigo. No somos responsables de las emociones del resto del mundo, del mismo modo que es responsabilidad de todos decicir cómo reaccionamos ante ellas.

 

Quien sabe lo que estará pasando en la vida de otra persona – el estrés que soporta, los demonios contra los que lucha… A lo mejor tu jefe está teniendo algunos problemas familiares, o a lo mejor está siendo muy presionado por sus superiores. O incluso puede que sea él quien tenga resaca. Nadie puede saber qué es lo que le corroe. Pero sea lo que sea, esto es lo que expresa cuando expulsa su ira así. Simplemente no se trata de ti.

Al fin y al cabo, tu jefe podría haberse comportado de forma muy diferente. Podría haberte pedido que entrases en su despacho. Podría haberte dado las gracias por haber terminado el informe a tiempo. Podría haberte hecho ver tus errores y, de forma educada, pedirte que los corrigieras al final del día. Te trate en la forma en la que te trate, de forma educada o cruel, esto depende de lo que esté pasando en su vida privada. De nuevo recuerda, no tiene nada que ver contigo.

Entender que no eres responsable de la manera de actuar de otras personas es, sin duda, liberador. Cuando te das cuenta de que las palabras dichas con ira no son, en realidad, sobre ti, cualquier ataque verbal, aunque sigue siendo desagradable, no tiene porqué dañar tu autoestima.

También, así, es más fácil encontrar una manera de perdonar a otra persona. La próxima vez que alguien se te acerque con ira, te deje en evidencia o te haga sentir mal, hazte un favor: Repítete este mantra tantas veces como te haga falta – “No es sobre mi. No es sobre mi.

 

David Ludden

Autor de The Psychology of Language: An Integrated Approach (SAGE Publications).

Consulta el artículo original aquí [+] 

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