Eso de no poder tocar ni abrazar es lo más insoportable de esta soledad obligatoria y que por minutos he sentido que me aplastaba. Las cosas más importantes de la vida son las más insignificantes y las damos por hechas. De repente desaparecen y… Interrumpió el relato…

Manuel tiene 75 años, es hipertenso y diabético y se bebe la vida a sorbos desde que sobrevivió sin secuelas a un cáncer de colon hace ya quince años. Lo encontré una mañana de pandemia sobre una camilla con su pierna doblada sin apenas quejarse

«Hay que mirar esta cadera Manuel, puede que esté rota” Me contó que había llevado el confinamiento a rajatabla, no tenía miedo, aunque sí respeto a lo desconocido y se sentía responsable con su familia y creo que con su entorno. Yo antes del cáncer iba “mucho más a mi bola”, me dijo.

“Pero la enfermedad te enseña muchas cosas. Y una de ellas es que sólo no vas a ninguna parte. Lo que das recibes, lo que siembras, cosechas. Como el refrán”

Cambió la relación con su familia, y junto a ella, comenzó a hacer voluntariado, colaboraba con una protectora de animales y con una asociación en defensa del medio ambiente. Sus hijos se habían independizado ya y había enviudado hace tres años. – Las asociaciones y los grupos de amigos que fui conociendo en ese tiempo me salvaron de la muerte en vida, doctora”.

Había pasado el confinamiento en casa, sólo, con las videollamadas de sus hijos, sus dos nietos y de los amigos, muchos de los cuales, se encontraban en su misma situación. Y no hubiera salido de su domicilio, si no fuera por ese fatal tropiezo en el baño que le obligó a llamar a una ambulancia. ¿Sabe que es lo peor de todo esto, doctora? A mí me da igual no salir, me asomo a la ventana y me da un poco el sol. Y aunque el día se hace un poco largo, entre las llamadas, los libros y algo de televisión, el día va pasando. Lo peor es no sentir el abrazo de mis hijos, las caricias de mis nietos, la cercanía de mis amigos.

Eso de no poder tocar ni abrazar es lo más insoportable de esta soledad obligatoria y que por minutos he sentido que me aplastaba. Las cosas más importantes de la vida son las más insignificantes y las damos por hechas. De repente desaparecen y… Interrumpió el relato, comenzó a sollozar y a menear su cabeza, negando.

«Pero bueno, si he sobrevivido al cáncer, también lo haré a esto. ¿No me ingresarán donde esté el “bicho” no?», «No, no se preocupe Manuel» – sonreí.

No le abracé, sólo pude tocar y apretar con mi doble guante su antebrazo tratando de contagiarle algo de esperanza.

 

El cerebro y los abrazos

Haciendo una revisión de los últimos estudios publicados acerca de los efectos que tiene el contacto humano en el cerebro es sorprendente constatar que todavía falta mucho por estudiar en ese campo. Y es que el contacto es uno de los aspectos más importantes de la interacción social. Encontramos el contacto en todas las culturas por muy distantes que sean. Los humanos nos relacionamos con besos, dándonos la mano y abrazándonos. Desde un punto de vista neurológico, existe una lateralización de estos procesos a nivel cerebral que desencadena un conjunto de reacciones emocionales.

El contacto da una información única que activa un conjunto de redes neuronales donde se enlazan las emociones con las acciones. En ese sentido, la mayoría de estudios publicados suelen coincidir en el hecho de que en el contacto humano hay una combinación del sistema motor con nuestro universo emotivo.

Desde un punto de vista estrictamente psicológico, cuando al saludarnos nos tocamos, abrazamos, o nos besamos mandamos el mensaje de «me importas, y me preocupo por ti». Si un abrazo es profundo, amoroso y tierno puede hacer que las emociones de dolor o pérdida se alineen con el sentimiento de afecto y puedan transmutarse en sosiego y tranquilidad.

 

Referencias


1. Hugs and kisses – The role of motor preferences and emotional lateralization for hemispheric asymmetries in human social touch, Science Direct,(https://doi.org/10.1016/j.neubiorev.2018.10.007[+]

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