Después de unos cuantos años de trabajo, quien más quien menos, en diferentes formatos e intensidades, experimenta una crisis de identidad aguda. Durante décadas hemos idealizado nuestra carrera y es probable que hayamos sacrificado o retrasado momentos de gratificación, diversión y socialización pensando que este paraíso idealizado al final de nuestra carrera llegaría. Y después de todo este tiempo, nos hemos topado con el techo de cristal, con el límite, la frontera. 

El sistema no nos deja crecer, no podemos ni siquiera pensar que basta con creer en nosotras mismas. Vivimos ancladas en un día a día que puede llegar a deprimirnos, influye directamente en nuestro clima familiar, y la insatisfacción nos lleva al cuestionamiento: “¿Es esto lo que quería?”

Trabajar nuestra Inteligencia Emocional nos da las herramientas para respondernos a esta pregunta y, aunque las cosas no siempre salen como habíamos previsto, podemos recuperar este contacto primitivo con la energía y la motivación que nos impulsó a hacer tantos sacrificios en su momento, y sobretodo recordarnos que sí, que ha valido la pena. Entonces estaremos a un paso previo de la reconciliación con nuestro mundo interior y con nuestra realidad. Vivir ese proceso como algo natural, como una reacción casi mecánica de nuestro ser ante la incertidumbre, el encaje inexacto con nuestras expectativas e incluso la aceptación de un cierto sentimiento de injusticia, es lo que la capacitación y flexibilidad de nuestra Inteligencia Emocional puede proveernos.

 

 

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Descubre cómo 4 prácticas sencillas de Inteligencia Emocional pueden ayudarte en la gestión del estrés diario

Hoy puedes empezar a sentir destellos de serenidad en el caos de la consulta.

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